Las almohadas son grandes aliadas del descanso, pero muchas veces no les damos la importancia que merecen. Aunque parezcan eternas, lo cierto es que tienen una vida útil limitada, y seguir usándolas más allá de ese tiempo puede afectar tu salud y la calidad de tu sueño.
¿Por qué hay que cambiarlas?
Con el uso diario, las almohadas acumulan ácaros, células muertas, sudor y restos de productos como cremas o aceites. Incluso si usás fundas y las lavás con frecuencia, estos residuos se van acumulando con el tiempo, generando un ambiente poco higiénico que puede causar alergias, problemas respiratorios o irritaciones en la piel.
Además, con los años, las almohadas pierden su forma y firmeza. Esto significa que dejan de ofrecer el soporte adecuado para el cuello y la cabeza, lo cual puede generar molestias, dolores o incluso problemas posturales a largo plazo.
¿Cada cuánto deberías cambiarlas?
Los especialistas recomiendan cambiar las almohadas cada uno o dos años, dependiendo del material y el uso. Las de plumas o microfibra suelen durar menos, mientras que las viscoelásticas o de látex pueden tener una vida útil un poco más larga.
Un buen truco para saber si tu almohada ya cumplió su ciclo es doblarla por la mitad: si no recupera su forma original, es hora de renovarla.
Señales de que tu almohada necesita un reemplazo
¿Cómo alargar su vida útil?
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